Es un absurdo pensamiento concebir una vida huérfana de música, eso sería encastillarse en una existencia infeliz y desoladora, apartado de los placeres que experimentamos al escuchar nuestros temas favoritos. Sensaciones que emergen gracias a que el cerebro libera una combinación hormonal en el torrente sanguíneo que desencadena sentimientos de felicidad y tranquilidad. Bien es cierto que cada melodía estimula una sensación diferente, incluso pueden hacernos sentir tristes, amargados y furiosos.
Desde los primeros amaneceres de la humanidad, se comprendía la capacidad amplificadora de las emociones que tiene la música y por ese motivo era utilizada para influir en el estado de ánimo de las personas. E incluso en el comportamiento, dado que la emoción inducida puede hacerles evocar recuerdos poseedores de una potente carga emocional, positivos o negativos. Se ha encontrado que uno de sus efectos es la de cambiar nuestra percepción que tenemos del mundo y juzgar de otro modo las emociones en los rostros de los individuos, y este cambio puede suceder con tan solo 15 minutos de escuchar música.
El filósofo griego Pitágoras recomendaba a sus alumnos ciertas melodías para armonizar el desánimo, la ira, las preocupaciones, y devolverles su vitalidad. Aristóteles observó que la mente, el cuerpo y el espíritu eran fortalecidos gracias a las melodías y ritmos de la flauta. Descartes no se equivocaba al considerar que la música despertaba en las personas diversas emociones como la pasión y el deleite. Además de eso, la música influye en muchos aspectos de la vida cotidiana, especialmente en las relaciones sociales, al crear sentimientos de unidad que atraen a personas que comparten experiencias y gustos similares.
Durante años, numerosos investigadores han intentado descifrar cuales son los mecanismos cerebrales que se activan para el procesamiento musical. En el sistema encefálico, se ha comprobado que la corteza prefrontal (la que nos dota de personalidad e inteligencia) se encarga del procesamiento de las estructuras musicales, de su aprendizaje y almacenamiento. El lóbulo temporal derecho aparta la armonía musical de otros estímulos auditivos, como parte del procesamiento básico del sonido. Y por último, el sistema límbico (gobernador de nuestras emociones y regulador de nuestra conducta) establece un puente de comunicación con el lóbulo temporal y gracias a esto la melodía que escuchamos tiene fuerza sentimental la cual nos estimula
Sin embargo, como señala la psicóloga Ileana Mosquera Cabrer en su artículo ``Influencia de la música en las emociones: una breve revisión´´, aún no se tiene claro cómo juega el sistema encefálico en la compresión musical. ``Existen zonas del cerebro encargadas de realizar funciones específicas como la del lenguaje o la memoria, en cambio la apreciación o interpretación emocional de la música no tiene un circuito cerebral propio, pero sí involucra y estimula todas las zonas del cerebro cuando es escuchada´´. Las personas experimentamos diversas sensaciones dado que la música crea cambios tanto fisiológicos como psicológicos.
Escuchar esa canción que tanto nos fascina e inspira puede provocar en nuestro sistema nervioso central la producción de neurotransmisores como las endorfinas y las oxitocinas, haciéndonos sentir felices y con el ánimo elevado, con la conveniencia de que los niveles de estrés de las preocupaciones se reduzcan. Pero el neurotransmisor más interesante es la dopamina, que es liberada ante estímulos fuertes como la comida o el sexo.
La dopamina está asociado a los mecanismos de placer y es la responsables de que nos sintamos bien por los trabajos que hacemos. Es llamativo que la música sea capaz de activar los mismos elementos de recompensa de la misma forma que lo hacen otras necesidades primordiales de las personas.
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