Trabajar como impresor en el París del siglo XIX daba sus
ventajas: se tenía acceso de primera mano a las investigaciones novedosas que
se estaban dando en los diversos campos de la ciencia. Fue una época fértil en
el conocimiento, se patentaban inventos y se publicaban nuevas teorías causando
revuelos. Édouard-Léon Scott de Martinville (Francia, 1817-1879) leía con sumo
interés los avances científicos mientras los imprimía, motivándolo a
convertirse en inventor.
Inspirado
por la invención del daguerrotipo, se le ocurrió que si era posible usar la luz
para grabar una imagen en una superficie de plata pulida, cabía la posibilidad
de hacer algo similar con el sonido. Como estaba interesado por la
estenografía, buscó desarrollar una versión capaz de grabar una conversación
completa sin interrupciones. Estudió los sistemas mecánicos para transcribir
sonidos vocales y la anatomía auditiva. El plan era imitar el funcionamiento
del oído con una máquina.
Así
nació el primer dispositivo capaz de grabar sonidos. El fonoautógrafo fue patentado el 25 de marzo de
1857 por la Academia Francesa de Ciencia. Funcionaba mediante un cuerno que
recolectaba las ondas cuando estas lo atravesaban y las dirigía a una membrana
a la que estaba atado una cuerda. Al vibrar ésta por causa del sonido y se
desplazaba, dejaba un registro grabado en un cristal ahumado.
Fue todo
un éxito en la opinión en la opinión pública y la prensa elogiaba su invento,
pero el interés se apagó dado que el aparato en cuestión era incapaz de
reproducir las grabaciones de forma escuchable. Y a esto se le suma también el
desinterés del invento francés en encontrar la forma de darle audio a estos
sonidos, solamente se interesaba por la grafía que dejaban en los registros.
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